
Mi historia comienza como tantas otras. En marzo de 2020, cuando mi familia y yo nos enteramos del COVID-19, hicimos planes y los pusimos en práctica para mantener esta enfermedad fuera de nuestro hogar. Nadie ingresaba a nuestra casa, los niños no podían invitar a sus amigos y tampoco iban a sus casas.
Llegamos a septiembre, cuando bajé la guardia e invité a casa a un amigo, que vino con otro amigo suyo. Más tarde, nos enteramos de que el trabajo de su amigo estaba cerrado debido a 3 casos de COVID-19, y como él no tenía síntomas, pensaba que no podía contagiarlo. (INCORRECTO)
Tres días después de la visita, mi esposa y yo comenzamos a sentirnos mal. La enfermedad duró unos cinco días más o menos. Mi esposa tenía dolor de cabeza y perdió el sentido del olfato y el gusto. En mi caso, se sentía como una gripe con una abrumadora sensación de desorientación.
Afortunadamente, ambos nos recuperamos y la conclusión que podemos sacar de esto es que no debemos bajar la guardia: debemos aplicar el distanciamiento social, lavarnos las manos y evitar traer personas que no conoces a tu casa.
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